sábado, 14 de marzo de 2009

El regalo.

La noche caía oscura con el peso de mil estrellas. Los perros, ladrándole a la luna, advertían que ese holgazán maloliente que pateaba latas en la esquina se traía algo bajo el gaván.

Pasó una señorita. Ciega, ciega como esa noche peligrosa, pero al fin noche. Muy linda ella, ropas ligeras, ignoraba todo el frio que la apuñalaba en todas direcciones. De pronto era porque estaba muy caliente... ella.

El tipo la paró, punzándole la mirada con maestra punteria (la única que debía tener, tras todos esos años de disparos de escopeta que lo habían dejado sordo y sin equilibrio). La pelada no dió pie con bola y, como si rindiera sus pupilas a una medusa, pero con pipí, se quedó petrificada soltando un suspiro de miedo que remplazaría los gritos que quería pegar. Convencido de su energia ocular, el tipo aflojó su gaván y alistó su llave maestra de las desgracias. Qué sorpresa cuando no la encontró, o mejor, qué sorpresa cuando no le sirvió.

El engavanado tuvo la reacción tan obvia de reposar su mirada para rastrear el paradero (o los móviles) de semejante tragedia. La chica de las ropas microscópicas volvió en sí sacuediendo su cabeza de aretes sonoros, y con una sonrisa de ternura inocente, se agachó apenas para ser escuchada:

"Este es mi regalo".

La nena cotoneó sus anchas figuras hacia la penumbra, mientras el tipo del gaván descubrió que era impotente.

jueves, 5 de febrero de 2009

Por eso no quise hablarte más.

No hablé porque no quise
por la mordaza invisible de tus palabras,
porque el silencio me protege
de tus cuchillos y tus balas.

No hablé por mil razones
que son y no son, más que una:
tuve miedo
miedo de sal en carne viva.

Miedo a la imagen dantesca
de dos miradas cruzándose
en cada pasillo, en cada puerta
en mis noches en vela.

Miedo a la imagen dantesca
de dos miradas cruzándose,
y yo de visitante, no viviendo
contigo

Amores de verano, dices
más bien un infierno frio,
helando mi casa
pidiendo un inútil auxilio.

A cada paso que daba
un encuentro
En cada esquina, la angustia
del no-bienvenido
La zozobra, tras de mi
la del perseguido

Una telaraña contrayéndose
Dos arañas con dieciséis patas venenosas
Tres jugando a no conocerse.

Por eso no quise hablarte más todo este tiempo.

jueves, 1 de enero de 2009

El solo.

En el solo de guitarra y armónica que solemnemente le dedicaban a la memoria de su padre, el bajista rudo y sus acordes hicieron brotar más de una lágrima al guitarrista que lo esperaba. La letra era hermosa, pero recordó algo que le desgarró el alma, y mientras se mordía la comisura de los labios tocando con fiereza, lloró poco por aquel que le enseñó la belleza de la música.

La sala de la casa, toda amarilla y retocada de peluches navideños y moños baratos, era el escenario de la pieza que los hermanos titularon "the sad but loyable memory blues", en el que, con dos o tres versos hechos sobre el tiempo, le cantaban a la alegría de tener un padre tan bueno, y le pedían coraje a la mamacita santa para que no perdiera los estribos con otro año de la partida de su hombre. Todos aplaudieron al final, con algunas sonrisas lagrimientas, especialmente las de la madre, que orgullosa se incorporó a la ovación, a pesar de que era sorda.