Entender ese ‘mundo líquido’ del que nos habla Bauman implica entender el problema de la modernidad como el flujo incesante del capital por el mundo. Con pretensiones ‘independientes’ el sociólogo polaco no puede ignorar sus influencias marxistas, mostrando cómo la operación de reproducción originaria del capital se traslada a los datos, es decir, cómo leer la información como mercancía. Si somos medios para una información que se reproduce (y que necesita reproducirse) sería una discusión similar a la que Marx planteaba cuando era la máquina, no el operario, la que recibía más capital y atención dentro del proceso productivo. ¿Qué puede estar detrás de la lógica de las cosas poco durables? Habría que preguntarse si es tan cierto que es la forma de interacción social reinante en la modernidad reciente.
En su texto “Los retos de la educación en la modernidad líquida” se articula un argumento desde la perspectiva de Max Weber en cuanto a los valores como articuladores de la vida social en occidente. Si antes se propendía por acumular, poseer en grandes cantidades, y cubrir el mayor espacio posible por la mayor cantidad de tiempo, ahora, dice, la idea es no comprometerse, vivir agregando y eliminando “proporciones de experiencias vitales” (p. 27), desechar las cosas, que a la postre son fabricadas para que duren poco. “La alegría de ‘deshacerse’ de las cosas, descartarlas, de arrojarlas al cubo de la basura, es la verdadera pasión de nuestro mundo.” (29)
Bauman utiliza otro hilo conductor de su análisis: el mercado. Le preocupa que un comercio de saberes acelerado condicione la educación como un producto y no como un proceso. No es gratuito que cite analistas del marketing contemporáneo y revistas de moda, paradigmas del consumo que se han tomado como ‘líderes de opinión’ o ‘modelos a seguir’ en la perspectiva de Bauman.
Partiendo de estos dos hilos conductores el sociólogo entra a preguntarse por el cambio social contemporáneo, ese azaroso dilema de la realidad en donde es preferible tener orientadores (los modelos de belleza y los analistas de mercado) que vayan empujando las decisiones en los diversos caminos posibles, a un maestro que vaya diciendo si se va o no por el camino correcto, otrora único e incuestionable. Pretender una comprensión de las trayectorias de vida, de los compromisos, de las formas de organización (cada vez más pequeñas, menos duraderas), a partir de lo ‘liquido’ sería el problema que se le presenta a la humanidad, especialmente a los estudiantes, principalmente dedicados al comercio y a la acumulación de conocimiento. Uno percibe en Bauman una preocupación por el poder de los estudiantes para hacerse a un lugar crítico frente al cambio de paradigma, es decir, a la reacción de la licuefacción de lo sólido. En un mundo donde los conocimientos son valorados como respuestas de los concursos de TV., ¿dónde queda la profundidad? Ahí el autor considera imposible jerarquizar toda la información que progresivamente se puede obtener en la modernidad líquida, dado que las formas de acceder a ella aumentan más despacio que su cantidad. El lugar capital del ‘conocer’ cosas también se ha posicionado dentro de los más altos valores culturales contemporáneos. Conocer, mas no comprender.
Entonces los diplomados, las capacitaciones, las escuelas técnicas, los bachilleratos flexibles.
Colombia siempre tiende a imitar los desarrollos del capitalismo mundial, por lo que no es la excepción que esta ‘crisis de sentido’ de la educación también se perciba en aulas nuestras. Pero algunas salvedades pueden hacer el análisis lejano, eurocentrado:
1. Acá no estamos tan pendientes del estilo de vida de los ejecutivos. Arraigado en el profundo ser nacional existe otro modelo, otro deber ser no tan entregado al trabajo. De dos décadas para acá se ha venido intensificando este esquema valorativo del mundo en las revistas, las escuelas, las compañías, las entidades del Estado, las conversaciones en la casa… pero no ha emergido, se ha impuesto. Es interesante ver el contraste del yuppie de los ochenta con los narcotraficantes colombianos que, queriendo emular a los primeros, compraban cuanto artefacto apareciera, aunque sus procesos productivos siempre estaban atados a redes clandestinas (por lo mismo rudimentarias) de fabricación, de donde no exigían necesariamente tanta tecnología. ¿Cómo poder escribir una historia del teléfono celular dentro de la historia de un cartel? ¿Por dónde llegan el reloj Casio, el internet y Paulo Coelho?
2. La lectura de Bauman se centra en el problema de la modernidad desde la burocratización de la vida cotidiana y la aceleración de las interacciones sociales mediadas por el consumo capitalista y los valores que va implementado. Los procesos de la modernidad en Colombia han tomado caminos distintos, y no se sabe si con el mismo punto de llegada: la conformación del Estado-nación; la poca industrialización, que ha acarreado una incipiente clase obrera, donde el campesinado ha tomado su lugar histórico; las relaciones de dependencia con el mercado mundial; la casi inexistente separación de la iglesia del Estado. Una pregunta interesante sería por la idea de acumulación arraigada en el ciudadano de a pie. ¿De verdad el colombiano le preocupa cuidar su tiempo, su dinero, su rendimiento? ¿El ethos capitalista ha madurado (y qué tanto) en nosotros?
3. Las crisis de sentido de los niños que les da pereza morder la manzana o los padres que preparan atún en polvo parece sacada de un drama futurista; en Colombia existen otras que merecen todavía mayor atención, como la percepción de la vida y la acumulación de conocimiento de los estudiantes en zonas de conflicto armado; enfrentada a la percepción de la vida y la acumulación de conocimiento de los estudiantes de clase media en las principales ciudades.
Pienso que el sociólogo aporta unas luces interesantes sobre el drama educación-velocidad del mundo (léase cantidad de información versus necesidad), pero no posee una propuesta personal, una ‘luz al final del túnel’ que podría rastrearse en alguna de sus obras capitales, pero que acá deja huérfanas bajo los retos que enuncia. ¿Acaso será la pedagogía popular? ¿Los autodidactas? ¿La escuela en casa?